El Dr. Nadar almorzaba
una vez al mes con nosotros, éramos un grupo de jóvenes producto de la pobreza extrema que concurríamos
a una de sus escuelas y éramos aprendices en una de las panaderías que proveía
de pan a los demás establecimientos; cuando nos visitaba nos daba algún consejo tenia una manera muy especial de conectarse con nosotros pero en aquel
momento creí que su enseñanza caerían en saco roto, tomó mi plato y dijo algo
que yo que era el mayor no entendí, pensé que me privaría de mi almuerzo y me
apené y dirigiéndose a todos nos dijo: del plato de su comida separen una
pequeña porción como lo estoy haciendo yo y háganse esta pregunta ¿Si dejara de
comer esta pequeña porción me debilitaría o dejaría de estar bien alimentado? si
ven que la pequeña porción no los debilitará, desde luego cómanla pero sopesen
cuantas moneditas representan por día esas dos cucharadas y multipliquen por 30
verán que la cifra que da es insignificante, si quisieran beneficiar a alguien
que están pasando hambre, como la que ustedes conocieron y saben lo que es pasar
verdaderamente hambre, podrán elegir una obra
de caridad que hay millones en el mundo, y cuando lo puedan hacer entréguenles esas monedas todos los
meses ellos podrán hacer milagros, pero todavía no se puede solucionar el
hambre en el mundo porque muchísimos más
millones de hombres adultos que no saben lo que es el hambre no entienden que donando dos pequeñas cucharadas de su alimento diario solucionaría el flagelo que nos debería avergonzar, al devolverme mi plato recuerdo que junto a la alegría de
verme de nuevo con mi ración de comida, comí primero todo lo del plato menos la
porción que el anciano había separado y realmente desde ese día nunca pude
comer hasta la última migaja de un plato de comida, muchos años después me di
cuenta que había adquirido la costumbre, de comer muy despacio y esperar que
todos estuvieran satisfechos y si descubría que alguno se quedaba con hambre
les ofrecía la porción que había separado y comprendí las palabras del Dr.
Nadar, recién ya de adulto y empecé a donar una parte de mi sueldo para aliviar
el hambre en el mundo y los hago participar a mis hijos, y comprendí la
magnitud de sus palabras cuando nos dijo que nos teníamos que diferenciar de los
“lobos” que en épocas
que les es difícil obtener alimentos para todos sus cachorros sacrifican a sus crías
más débiles y los dejan morir en aras de los cachorros que estaban más fuertes.
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